Más de un mes recluido, sin luz,
aislado de cualquier operación. Iznani había quedado sumido en una nebulosa que
parecía eterna, como si la resaca de su último exceso no tuviera fin. Sin
explicación alguna, un cuaternión menudo, insólitamente pequeño para su
multidimensionalidad, pero al menos tres veces mayor que él, le sacó de aquél
agujero infecto, en los sótanos de una antigua Dirección General de Ecuaciones
Homogéneas. De una patada fue propulsado al pasillo exterior, gobernado por una
escasa luz amarillenta, que en ocasiones parpadeaba. No fue suficiente para
acostumbrarse, y cuando lo sacaron del edificio, la luz del verano agonizante
fue como un dolor sobreagudo en la antesala de su cerebro. Tras el sufrimiento
inicial, una luz nueva, inédita, inundaba un paisaje devastado. Y empezó a experimentar
una profunda calma, apenas interrumpida por el lagrimeo constante, mientra un
transporte militar le llevaba al magnífico campo que se había levantado allí
donde antaño hubo una centenaria corte real. Al principio pensó que le habían
llevado a uno de aquellos frenéticos centros de cálculo operativo y desarrollos
aproximados, tal era la concentración numérica en aquel amplio espacio. Sin embargo una formidable
torre central atiborrada de vigilantes guardias armados denunciaba la
naturaleza del lugar. Un cartel escrito a
mano en un cartón clavado sobre una estaca hacía las veces de comité de
recepción. BIENVENIDOS A DEDEKIND rezaba con gruesos trazos rojos irregulares
y temblorosos. A unos cientos de metros el acceso prncipal, rotulado en lo alto por un texto similar.
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