Al mediodía del día primero, las
tropas complejas habían hecho prisioneros por miles, y cientos de miles, y
miles de miles. Nunca nadie ha visto tal pléyade numérica, en un caos abrumador.
Conjuntos dispersos, tribus con su propia genealogía y su particular lenguaje,
campaban por la vasta llanura de Weierstrass, en el entorno de las ruinas
humeantes de la fortaleza Real.
A media tarde, Exponencial de uno
partido por zeta, una función holomorfa, al mando de la Sección de Singularidades Esenciales
de la División de Logística, recibió en la pantalla de su intercomunicador el
mensaje cifrado del Estado Mayor: “Organizar en
tiempo finito, a la mayor brevedad, posible, un campo de prisioneros, in situ”.
En un par de días todo estaba
perfectamente organizado, cada conjunto en un barracón con el correspondiente
líder nativo, nombrado como interlocutor. En el ala Norte del campo, los enteros;
al Sur, los racionales; en la nave de Poniente, los naturales; y hacia Levante,
los sórdidos irracionales.
Cierto es que la suerte estuvo de
su lado, cuando al llegar al lugar, topó con el pequeño Siffr, un viejo
conocido del Departamento de Análisis Complejo, que en los tiempos previos a
la Nueva Era, había ocupado el cargo de Subinspector de Singularidades Evitables
y Polos, en el despacho adyacente al suyo. El ahora ex-subinspector, iba frenéticamente
de aquí para allá, unas veces mediando entre un natural aturdido por los gritos
incompresibles de un irracional, otras, explicando a un número negativo, lo que
intentaba decirle un decimal periódico. Y es que Siffr dominaba todos los
lenguajes numéricos, en parte por su naturaleza híbrida entre entero, y natural,
en parte por su dilatada trayectoria confraternizando con toda clase de conjuntos.
Venido a menos, al desatarse las hostilidades, y desmantelarse la estructura
administrativa a la que el pertenecía, quedó en el bando real cuando empezó la última
guerra, y por fín, atrapado en su centro de mando, había sido hecho prisionero
como tantísimos otros.
La capacidad operativa y la eficiencia de la
Exponencial de uno partido por zeta, era incuestionable, pero la intervención
de Siffr como intérprete-traductor, fue decisiva para poner orden donde parecía
imposible cualquier relación. El día tercero, a la puerta del campo, lucía un
enorme letrero: CAMPO DE REFUGIADOS DEDEKIND. El nombre fue la concesión de los
vencedores al colectivo cautivo.
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